Siria y la tradición del movimiento contra la guerra


Foto: Alisdare Hickson


David Bush

Existe una gran desorientación en la izquierda de muchos países occidentales respecto a Siria y a cómo los activistas contrarios a la guerra deben responder a lo que está sucediendo allí y en Irak. La naturaleza altamente compleja de la guerra siria, que implica a una multitud de estados extranjeros y actores no estatales, debería ser un reto para que la izquierda encuentre claridad de ideas. El hecho de que esto esté ocurriendo, precisamente, cuando el movimiento contra la guerra de países como Canadá y EEUU está relativamente debilitado, añade todavía más confusión.

La forma en que se ha enmarcado y llevado a cabo el debate sobre la guerra siria por amplios sectores de la izquierda ha sido, cuando menos, inútil. Algunas han tomado una postura antimperialista pro-Asad y prorrusa. Esta postura considera que el levantamiento popular contra Bashar al Asad es reaccionario y está dirigido por el imperialismo estadounidense.

Otras centran el debate en la necesidad de apoyar la revolución contra ISIS y el régimen de Asad (o lamentan la falta de apoyo a los rebeldes por parte del imperialismo estadounidense, como hace Gilbert Achcar). A veces, esto toma la forma de un apoyo tangible a las Unidades de Protección Popular (YPG) (una fuerza armada kurda de izquierdas, feminista e independentista) o a esta o aquella fuerza del amplio espectro de grupos que componen la oposición a Asad y a ISIS. Naturalmente, hay varias posturas dentro de este bloque: algunos piden la intervención activa de Occidente para detener las masacres ejecutadas por Asad; otros proponen armar a los rebeldes o más ayuda humanitaria, mientras otros más condenan a todas las partes por igual.

El conflicto se extiende

El problema que tiene la postura antimperialista pro-Asad, a veces llamada “campista” (una línea de pensamiento que considera que el mundo está dividido en bloques o países proimperialistas y antimperialistas), es evidente. El mero hecho de que un régimen se oponga al imperialismo norteamericano no significa que todas sus acciones deban ser automáticamente defendidas. El régimen de Asad ha colaborado muy a menudo con Washington y ha intentado aplastar a los movimientos populares que defienden la democracia y el poder obrero. Ese régimen ha cometido crímenes de guerra y ha facilitado el auge de ISIS y otros grupos islamistas reaccionarios (Asad puso en libertad a importantes líderes islamistas radicales que estaban en la cárcel y permitió el rearme de ISIS y Al Nusra —o Yabhat Fatah al Sham, como se denomina ahora— con la intención de debilitar a otros sectores de la oposición.

Sin embargo, en la izquierda muchas personas que rechazan este enfoque campista han defendido planteamientos confusos y, en ocasiones, peligrosos. Por ejemplo, sería absurdo decir que la revolución siria, tal como se desarrollaba en 2011 y 2012, se parece en algo al embrollo que existe en estos momentos. No solo hay una guerra con cuatro frentes entre el régimen de Asad, ISIS, YPG y los rebeldes revolucionarios. El conflicto se ha extendido a toda la región. Las fuerzas que operan en el terreno en Irak y Siria están más fracturadas y las huellas de las potencias mundiales e incluso de las potencias regionales están por todas partes. El levantamiento contra Asad se ha fracturado en muchas partes, a menudo radicalizándose en direcciones reaccionarias, y la coherencia que pudiera haber existido en 2011–2012 ha sido ahogada en sangre.

Aquí no pretendemos esbozar exactamente lo que está sucediendo sobre el terreno en Siria, sino señalar la forma en que los grupos de la izquierda internacional están abordando esto en formas que son absolutamente inadecuadas para adoptar una respuesta adecuada en casa.

Las raíces antibelicistas de la izquierda

El rechazo del movimiento contra la guerra a una intervención imperial no puede depender nunca de la existencia de una identificación con los objetivos políticos de aquellos que están sometidos al imperialismo.

En la Segunda Internacional, antes de la Primera Guerra Mundial, hubo fuertes debates en los primeros años sobre la naturaleza del colonialismo. Algunos, como Eduard Bernstein, argumentaban que los proyectos imperiales emprendidos por algunos países como Gran Bretaña eran realmente progresistas porque, supuestamente, expandían los derechos democráticos y de los trabajadores. Bernstein y otros socialistas, como August Bebel y Gustav Noske, argumentaron que era posible adoptar una postura en apoyo de la colonización “progresista”.

Estos argumentos fueron rechazados por otros en la Segunda Internacional, que argumentaban que tener una política colonial socialista era una contradicción en los términos, pues la idea de que el proyecto de emancipación humana, el socialismo, pudiera tener algo que ver con la dominación y el control de otros pueblos era absurda. La guerra y el colonialismo no solo eran considerados como algo moralmente inaceptable, sino también como barreras intratables para lograr el socialismo. Estas posturas salieron victoriosas y la Segunda Internacional aprobó resoluciones en 1907, 1910 y 1914 que condenaban el militarismo y la guerra. La resolución de Stuttgart de 1907 estableció claramente por qué los socialistas debían oponerse a la guerra:

Las guerras son favorecidas por los prejuicios nacionales que son sistemáticamente cultivados entre los pueblos civilizados en interés de las clases dominantes con el propósito de distraer a las masas proletarias de sus propias tareas como clase, así como de sus deberes de solidaridad internacional.

Las guerras, por consiguiente, forman parte de la naturaleza misma del capitalismo; solo desaparecerán cuando el sistema capitalista sea abolido o cuando los enormes sacrificios de hombres y dinero requeridos por los avances en las técnicas militares y la indignación provocada por los armamentos, conduzcan a los pueblos a abolir este sistema.

Por esta razón, el proletariado, que aporta la mayoría de los soldados y hace la mayoría de los sacrificios materiales, es un opositor natural a la guerra que contradice su objetivo más elevado: la creación de un orden económico sobre bases socialistas que traiga la solidaridad de todos los pueblos.

La Segunda Internacional fracasó en su respuesta al estallido de la guerra en Europa, en parte porque rehuyó la cuestión de cómo aplicar los principios antibelicistas de la mejor forma. La mayoría de las secciones de la Internacional se pusieron del lado de sus respectivas clases dominantes. Eligieron culpar del inicio de la guerra y de su barbarie a los otros gobiernos nacionales. El mismo fracaso impregnó no solo al movimiento socialista, sino también a los anarquistas y a los liberales antimperialistas.

La conferencia de Zimmerwald, que agrupó a los disidentes de la Segunda Internacional que se opusieron a la guerra en 1914, ofreció una orientación alternativa para el activismo contra la guerra. Para los bolcheviques, que tomaron parte en dicha conferencia, esto significaba convertir la guerra imperial en una guerra civil en casa. Otros participantes en Zimmerwald argumentaron en favor de llamar a la paz inmediata. La izquierda de Zimmerwald planteó, en coherencia con la postura anterior de la Segunda Internacional, que la orientación correcta de cada grupo nacional era oponerse a los planes de guerra de su propia clase dominante.

Esto fue resumido muy bien por Karl Liebknecht, el único miembro del Reichstag alemán que votó contra la guerra en 1914, en su panfleto “¡El enemigo principal está en casa!”:

El principal enemigo del pueblo alemán está en Alemania: es el imperialismo teutón, el partido alemán de la guerra, la diplomacia secreta germana. El pueblo alemán debe luchar contra este enemigo doméstico mediante una lucha política, cooperando con el proletariado de otros países, cuya lucha es contra sus propios imperialistas.

Las lecciones del fracaso de la Segunda Internacional, la izquierda de Zimmerwald y la gente como Karl Liebknecht han sido fundamentales para construir movimientos exitosos contra la guerra en lugares como Canadá, EEUU y Gran Bretaña.

El enemigo está en casa

En una serie de recientes artículos sobre Siria, Ashley Smith argumenta que el papel de la izquierda de EEUU es ganarse a la gente para una auténtica postura antimperialista que se oponga a Rusia y EEUU indistintamente, además de rechazar el régimen de Asad. Parece que el principal interés de Smith es criticar a otros izquierdistas, a Rusia y Asad, y no construir un amplio movimiento obrero en casa que tenga como objetivo frenar al imperialismo norteamericano.

Corey Oakley ha escrito sobre cómo la izquierda occidental debería establecer un orden de responsabilidades de la carnicería que está teniendo lugar en Siria. Esta lista sería, por orden: Asad, Irán, Rusia y Occidente. Oakley recurre a esta ordenación para mostrar que el principal enemigo no está, realmente, en casa: “Si Gran Bretaña estuviera en guerra con Rusia, ‘el principal enemigo en casa’ sería un buen eslogan para la izquierda británica […] Pero en el contexto sirio, lo que ese eslogan dice a los que luchan contra Asad es: ‘Tu enemigo no es nuestro enemigo, porque no estás luchando contra nuestro gobierno, tu difícil situación no nos interesa’”.

El argumento de Oakley es erróneo en varios puntos. El eslogan de que el principal enemigo está en casa no dice que no tengamos que preocuparnos por las penurias de otros, sino que nuestra responsabilidad internacionalista es frenar al imperialismo de nuestra propia clase dominante, precisamente porque nadie más lo hará. Enfocar la oposición a la guerra en abstracto (el principal enemigo es el que está causando la mayor cantidad de muertes) equivale a eludir la responsabilidad política de lo que uno puede hacer realmente para cambiar las cosas, para cambiar las acciones del gobierno propio.

Smith y Oakley confunden, en última instancia, el acto de construir un movimiento de solidaridad con el acto de construir un movimiento contra la guerra. El primero trata de crear conciencia y apoyo material a un grupo de personas. El segundo tiene como objetivo detener los planes de guerra de tu propio gobierno. Los dos son movimientos solidarios, pero difieren en su enfoque y estrategia.

Oponerse a la guerra y al militarismo no es solo un deber moral, sino una necesidad si es que los socialistas quieren construir un poder obrero. Pero no basta con rechazar la guerra en abstracto. Hay que dotarse de una estrategia clara. Para hacer esto, sin caer en las trampas del nacionalismo y el racismo, es preciso que los trabajadores construyan movimientos en sus propios países contra las guerras en las que participan sus propias clases dominantes.

Hablar sobre los crímenes perpetrados en otros lugares es importante, pero es fundamental priorizar la lucha en casa, como explica Chomsky:

Mi propia preocupación es, principalmente, el terror y la violencia llevados a cabo por mi propio estado, por dos razones. Por un lado, porque suele ser el componente más importante de la violencia internacional. Pero también por una razón mucho más importante, a saber, que puedo hacer algo al respecto. Así, aunque EEUU fuera responsable solo del 2 por ciento de la violencia en el mundo, yo sería responsable principalmente de ese 2 por ciento. Y esto es un sencillo juicio moral. Es decir, el valor moral de las acciones de uno depende de sus consecuencias imaginadas y predecibles. Es muy fácil denunciar las atrocidades de otros. Eso tiene tanto valor moral como denunciar las atrocidades que tuvieron lugar en el siglo XVIII.

Una perspectiva correcta contra la guerra no consiste únicamente en una condena moral de la misma, sino en una orientación estratégica sobre cómo oponerse de la mejor forma a los planes del imperialismo en un contexto dado.

Falso antecedente histórico

Algunos argumentan, me vienen inmediatamente a la mente David Graeber y Hilary Benn, que la situación de Siria es como la de España en 1936. Para ellos, ISIS es el fascismo y el deber de la izquierda es presionar a nuestras clases dominantes para que apoyen militarmente el aplastamiento de esta amenaza fascista, que a veces incluye a las fuerzas de Asad. La conclusión de esta postura es apoyar la creación de una zona de exclusión aérea, armar a las fuerzas rebeldes y que las fuerzas occidentales colaboren militarmente con los rebeldes.

Los problemas que tiene esta postura son varios. ISIS es un producto de la invasión y la ocupación norteamericana de Irak. Generaciones de imperialismo occidental en la región han puesto las bases para el embrollo actual que es la guerra de Siria. Más intervención occidental no solo es improbable que resuelva los problemas, sino que es casi seguro que los agravaría aún más. Las fuerzas que luchan contra Asad han degenerado desde una rebelión popular al actual barrizal de fuerzas político-militares que no se asemejan en nada a las fuerzas de la España revolucionaria.

La historia real de la guerra civil y la revolución españolas tampoco tienen mucho en común con la situación actual de Siria. La izquierda internacional apoyó a sus camaradas que combatían contra Franco y el fascismo recaudando fondos y organizando brigadas de combatientes voluntarios. La respuesta izquierdista en España y en el extranjero no fue pedir la intervención de británicos y franceses, sino que aliviaran el bloqueo, que estaba dirigido a sofocar a las fuerzas revolucionarias españolas (por ejemplo, Francia y Gran Bretaña llegaron a proteger a la flota naval de Franco).

Si los británicos y franceses hubieran intervenido, eso no habría favorecido la victoria de los trabajadores españoles, sino que lo más probable es que habría acelerado la destrucción de la revolución.

¿Qué pasa con Rusia?

Los trabajadores, la izquierda y los socialistas deberían horrorizarse y condenar las aventuras imperiales y los crímenes de guerra cometidos en otras partes del globo. De esta forma, cuando los rusos y el gobierno sirio cometen crímenes de guerra, la izquierda no sentiría la necesidad de minimizarlos o silenciarlos. Pero eso es una cuestión distinta a priorizar los esfuerzos para frenar el imperialismo ruso cuando tú vives en EEUU, Reino Unido o Canadá. Las elites políticas y económicas de estos países están ansiosas por denunciar a Putin y atizar las tensiones con Moscú. En los últimos años, ha habido un marcado incremento de la hostilidad hacia Rusia por parte de los líderes europeos.

Los medios de comunicación han retratado al presidente ruso Putin como el enemigo número uno (basta con mirar la portada del The Economist de la semana pasada). Los crímenes de guerra cometidos por las fuerzas rusas en el sector oriental de Alepo han obtenido la máxima atención de los medios, mientras han callado los llevados a cabo por las fuerzas iraquíes con apoyo occidental. Algunos en la izquierda han hecho lo mismo, condenando la intervención rusa en Alepo al tiempo que han mantenido silencio sobre los bombardeos en Yemen y Mosul. Esto representa una traición criminal a la solidaridad internacional y proporciona cobertura política a la clase dominante de EEUU.

Mientras tanto, aquellos que en EEUU y Reino Unido se han opuesto a la guerra han sido retratados como defensores de Asad y Putin (incluso WikiLeaks ha sido descrito como pro-Putin por haber filtrado los correos electrónicos de la campaña de Clinton).

Todo esto ha llevado a una desorientación masiva en la izquierda. Algunos han llegado a denunciar a personalidades como Jeremy Corbyn y grupos como Stop the War Coalition (Paremos la guerra) en Reino Unido por no apoyar una intervención para detener los bombardeos rusos. Esta desorientación también existió en el caso de Libia, donde hubo gente que propuso una intervención “humanitaria” para detener la marcha de Gadafi sobre Bengasi. Sin embargo, la intervención de la OTAN ha dejado al país en la ruina más absoluta, al igual que ha sucedido, aunque de otra forma, con la guerra de Irak, que ya dura 13 años.

Cuando la izquierda en Occidente ha dado prioridad a una perspectiva que considera que el principal enemigo es Rusia, esto conduce fácilmente al reforzamiento del nacionalismo y de la derecha. Ha creado las condiciones para nuevas aventuras imperiales y ha abierto la puerta para una confrontación militar con Rusia.

Hay algunos en la izquierda —así como también en la derecha, véase Boris Johnson— que han argumentado que lo importante ahora es protestar frente a las embajadas rusas. Pero dado el aumento de las tensiones y el renovado odio contra Moscú en EEUU, Reino Unido y Canadá, ¿qué resultados positivos podría traer eso? ¿Podemos decir en serio que los izquierdistas occidentales tienen la capacidad de detener las bombas rusas? Las protestas frente a las embajadas rusas serían utilizadas, con toda seguridad, por la derecha para acrecentar el clima belicista. Y también favorecería a Putin, dificultando que los rusos puedan crear un movimiento contra la guerra coordinado con el existente en Occidente.

Unirse en torno al ‘no a la guerra’

En Canadá, la atención debe centrarse en conseguir que los liberales no se comprometan con los ataques aéreos en Siria. Y también hay que exigir la retirada de las tropas de Oriente Medio, Ucrania y Europa Oriental, al tiempo que se aboga por la acogida de más refugiados y el fin de la venta de armas. En EEUU, esto significa luchar contra la implicación norteamericana (poner fin al bombardeo directo en todos aquellos países, retirar las tropas, cerrar las bases y dejar de financiar a grupos armados). En Rusia y Turquía, esto significa apoyar a aquellos que están exigiendo allí el fin de la intervención militar en la región.

Para desarrollar esta perspectiva no es necesario la uniformidad política de quienes defienden una postura anti-intervencionista. Basta con una sencilla aplicación del principio de frente unido: todas aquellas personas que defienden poner fin a la implicación de sus propias clases dominantes son bienvenidas. Evidentemente, más allá de esta precisa demanda política pueden existir importantes desacuerdos, pero estos deben ser abordados de forma separada.

Esta fue, precisamente, la forma en que se desarrollaron los movimientos contra las guerras de Vietnam y de Irak. En el periodo previo a la guerra de Irak, los medios de comunicación derechistas y liberales trataron de presentar al movimiento contra la guerra como un grupo de personas indiferentes o deliberadamente ignorantes de los brutales crímenes de Sadam Husein. Se decía de ellas que eran apologistas de los baasistas. A pesar de estas calumnias rutinarias, el planteamiento, que se centró en unir a la gente en torno a la oposición a la guerra y no en torno a otras cuestiones, logró la participación masiva de la gente en el movimiento. Los términos de este eran muy sencillos: ¿estás contra la guerra? Si respondes que sí, únete con otros en torno a esta cuestión y debate de otros asuntos a lo largo del camino (esta fue también la fórmula que adoptó el movimiento contra la guerra de Vietnam). Es precisamente este planteamiento el que se ha perdido en torno a la guerra de Siria.

El intervencionismo imperial siempre tiene algún tipo de justificación humanitaria: proteger la democracia y el mundo libre en Vietnam o derrocar a un tirano sanguinario que posee armas de destrucción masiva en Irak. Aquellos que en la izquierda defienden una intervención selectiva por razones “humanitarias” no se dan cuenta de que ellos no son quienes dirigen la política del estado o los objetivos de la guerra; quienes envían las tropas y dirigen la guerra tienen razones muy diferentes para hacerlo. La guerra tiene su propia lógica y sus objetivos, que están muy contaminados por las necesidades del capitalismo y los intereses de las elites económicas y políticas. El llamamiento a la intervención no hace más que ofrecer cobertura política a la clase dominante.

El movimiento contra la guerra se ha alejado mucho del ABC que consiste en rechazar el militarismo y el imperialismo. A pesar de la confusa y compleja situación que existe en Irak y Siria, las lecciones y tradiciones del movimiento contra la guerra siguen proporcionando claridad política y una orientación estratégica útil para la izquierda.

David Bush es redactor de RankandFile.ca.

Fuente: Syria and the Antiwar Tradition, The Bullet nº 1324, 3/11/2016

Traducción: Javier Villate (@bouleusis)

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