La ley israelí sobre los asentamientos salvajes consolida el ‘apartheid’

La obstinación de Israel deja a los palestinos con dos opciones: igual ciudadanía en un único estado o un horrible apartheid

El precio de estos asentamientos ha sido pagado en su mayor parte por los contribuyentes estadounidenses, pero también por la sangre y las lágrimas de una generación palestina tras otra. (Foto: EPA)

Ramzy Baroud

“Israel acaba de abrir las ‘compuertas’ y cruzar una ‘línea roja’ muy muy gruesa”. Estas fueron las palabras de Nikolai Mladenov, coordinador de la ONU para el proceso de paz de Oriente Medio, en respuesta a la aprobación por el parlamento israelí de una ley, el 7 de febrero pasado, que legaliza retroactivamente miles de viviendas ilegales [según la ley israelí] de colonos judíos construidas en tierras palestinas robadas.

El trabajo de Mladenov se ha vuelto tan irrelevante en los últimos años que se ha reducido a evocar una época pasada: un “proceso de paz” que ha asegurado la destrucción de lo que quedaba de la patria palestina.

La aprobación de la citada ley por el parlamento israelí representa el fin de una era.

Hemos llegado a un punto en el que podemos declarar abiertamente que el llamado proceso de paz fue una ilusión desde el principio, pues Israel nunca ha tenido la intención de conceder a los palestinos los territorios ocupados de Cisjordania y Jerusalén Este.

En respuesta a la aprobación de la ley, muchas informaciones han aludido al hecho de que el advenimiento de Donald Trump a la Casa Blanca, en medio de una oleada de populismo de derechas, ha sido la inspiración que necesitaban los políticos derechistas israelíes para cruzar esa “línea roja muy muy gruesa”.

Hay algo de verdad en eso, por supuesto; pero no es toda la verdad.

El mapa político del mundo está cambiando radicalmente.

Unas semanas antes de que Trump ocupara la oficina oval, la comunidad internacional condenó enérgicamente los asentamientos ilegales de Israel en los territorios palestinos ocupados desde 1967, incluyendo Jerusalén Este.

La resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU declaró que estos asentamientos no tienen ninguna validez legal y constituyen una flagrante violación del derecho internacional. Catorce miembros del Consejo de Seguridad votaron a favor de la resolución, mientras que EEUU se abstuvo, una decisión realmente revolucionaria para los estándares estadounidenses, descaradamente proisraelíes.

Todavía en los últimos días de la administración de Barack Obama, EEUU sorprendió a todos cuando el secretario de estado John Kerry declaró que el gobierno israelí era “el más derechista de la historia”.

De inmediato se abrió la Tierra.

Aprovechando la brecha abierta entre EEUU e Israel, Trump criticó a Obama y Kerry por tratar al pomposo primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con “total desdén y falta de respeto”. Trump pidió a Israel que se “mantuviera fuerte”, ya que el 20 de enero no estaba demasiado lejos.

Ese día, la toma de posesión de Trump fue el santo grial para los políticos derechistas israelíes, que se movilizaron inmediatamente después de que Trump se hiciera con el poder. Los planes de Israel recibieron un impulso adicional de la primera ministra conservadora británica, Theresa May. A pesar de que su gobierno votó a favor de la resolución de condena de la ONU de los asentamientos israelíes, también despotricó contra Washington por su decisión antisraelí.

El ataque de Kerry contra un “gobierno israelí democráticamente elegido” no fue apropiado, dijo May. “No creemos que la forma de negociar la paz consista en centrarse únicamente en un tema, en este caso la construcción de asentamientos”, añadió.

Las palabras de May no solo revelan la hipocresía del gobierno británico (que cometió el pecado original hace cien años de entregar la Palestina histórica a los grupos sionistas), sino que era todo lo que necesitaba Israel para sacar adelante la nueva ley.

Es muy significativo que la votación de la ley se hiciera cuando Netanyahu estaba de visita oficial al Reino Unido. En un país muy influenciado por las camarillas de ‘Amigos de Israel’ en los dos principales partidos, Netanyahu estaba entre amigos.

Con el Reino Unido debidamente neutralizado y el pleno apoyo de EEUU, la anexión de territorios palestinos parece ser una opción clara para los políticos israelíes. Bezalel Smotrich, parlamentario del partido extremista Casa Judía, lo dijo con toda nitidez: “Agradecemos al pueblo estadounidense por votar a Trump, pues eso nos ha dado la oportunidad de aprobar la ley”, dijo poco después de la votación.

La denominada “ley de regularización” legalizará retroactivamente 4.000 viviendas ilegales construidas en tierras privadas palestinas. En los territorios palestinos ocupados, todos los asentamientos judíos son considerados ilegales según el derecho internacional, como ha quedado resaltado en la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU.

Hay, además y según una estimación modesta, 97 asentamientos judíos salvajes [construidos sin permiso de las autoridades israelíes, N. del T.], que ahora van a ser legalizados y, evidentemente, ampliados a expensas de Palestina. El precio de estos asentamientos ha sido pagado, en su mayor parte, por los contribuyentes estadounidenses, pero también por la sangre y las lágrimas de generaciones de palestinos.

No obstante, es importante percatarse de que este último impulso israelí para legalizar colonias salvajes y anexionarse grandes zonas de Cisjordania está dentro de la lógica y el quehacer sionista desde el primer día.

De hecho, toda la visión sionista de Israel se basó en la apropiación ilegal de tierras palestinas. ¿Acaso no fue el denominado “Israel propiamente dicho” territorio originariamente palestino arrebatado por la fuerza entre 1948 y 1967?

Poco después de que Israel ocupara Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este en 1967, se apresuró a fortificar su ocupación militar lanzándose a la construcción de asentamientos en los territorios ocupados.

Los primeros asentamientos tuvieron una finalidad militar estratégica, tratándose de crear suficientes hechos consumados que alteraran la naturaleza de un posible y futuro acuerdo de paz. En eso consistía el Plan Alón. Este plan recibió su nombre del entonces general y ministro israelí Yigal Alón, que tenía como misión establecer un plan estratégico para los territorios palestinos recién conquistados.

El plan pretendía anexionarse más del 30 por ciento de Cisjordania y Gaza juntos con fines de seguridad. Proponía el establecimiento de un “cordón de seguridad” a lo largo del río Jordán, así como más allá de la Línea Verde, que era una demarcación unilateral israelí de sus fronteras con Cisjordania.

Aunque actualmente el componente religioso tiñe toda la expansión colonizadora, no siempre fue así. El Plan Alón fue la creación de un gobierno laborista, ya que la derecha israelí era entonces una fuerza política insignificante.

Para aprovechar las políticas colonizadoras del gobierno en Cisjordania, un grupo de judíos religiosos alquiló un hotel en la ciudad palestina de Al Jalil (Hebrón) con el fin de pasar la Pascua en la Cueva de los Patriarcas. Pero luego se negaron a irse.

Su acción despertó la pasión bíblica de los israelíes ortodoxos de todo el país, que se referían a Cisjordania con su supuesto nombre bíblico, Judea y Samaria. En 1970, para “diluir” la situación, el gobierno israelí construyó el asentamiento de Kiryat Arbá en las afueras de la ciudad árabe, lo cual atrajo a más judíos ortodoxos.

A lo largo de dos años, el crecimiento estratégico de los asentamientos fue complementado con la expansión de motivación religiosa, promovida por un activo movimiento que tuvo como estandarte, en 1974, al movimiento Gush Emunim (Bloque de los Fieles). El movimiento se puso como misión ocupar Cisjordania con legiones de fundamentalistas.

Hoy, al incorporar los asentamientos salvajes (obra de fanáticos religiosos) en los bloques de asentamientos ilegales promovidos por el gobierno con fines estratégicos, la política y la religión judías han confluido como nunca antes.

Y entre el desafortunado pasado y el inquietante presente, los palestinos siguen siendo expulsados de sus tierras y hogares ancestrales.

Pero, ¿qué están haciendo los dirigentes palestinos al respecto? “No puedo negar que [la ley] nos ayuda a explicar mejor nuestra posición. No podríamos haber pedido nada mejor”, dijo a Al-Monitor un miembro de la Autoridad Palestina protegido por el anonimato y citado por Shlomi Elder.

Elder escribió: “Sea aprobado o anulado por la Corte Suprema, el proyecto de ley demuestra que Israel no está interesado en una solución diplomática del conflicto”.

Sea como fuere, esto no es suficiente. Es absurdo argumentar que fue la supuesta incapacidad de los palestinos para articular su posición lo que envalentonó a Israel para tomar esta medida. Es más bien el fracaso de la comunidad internacional para traducir sus leyes en acciones lo que ha reforzado la agresividad de Israel.

El mayor error que han cometido los dirigentes palestinos (dejando a un lado su desgraciada división) ha sido confiar en que EEUU, el principal sostén de Israel, llevara adelante un “proceso de paz” que, en realidad, ha permitido a Israel conseguir tiempo y recursos para desarrollar sus proyectos colonizadores, mientras aplastaba los derechos y las aspiraciones políticas de los palestinos.

Volver a los mismos viejos caminos, usar el mismo lenguaje, buscar la salvación en el altar de la misma vieja “solución de dos estados” no nos llevará a ningún lado, más que a una mayor pérdida de tiempo y energía. Es la obstinación de Israel lo que nos está dejando a los palestinos —y a los israelíes— con una única opción: la búsqueda de una ciudadanía con igualdad de derechos en un único estado o el más horrible de los apartheids. Ninguna otra “solución” será suficiente.

De hecho, la ley de regularización no es más que una prueba más de que el gobierno israelí ya ha tomado su decisión: consolidar el apartheid en Palestina. Aunque Trump y May encuentren aceptable la lógica del apartheid de Netanyahu, el resto del mundo debería oponerse a ella.

En palabras del expresidente Jimmy Carter, “Israel nunca encontrará la paz si no permite que los palestinos ejerzan sus derechos humanos y políticos básicos”. Ese “permiso” israelí no ha llegado todavía y eso plantea a la comunidad internacional la responsabilidad moral de exigirlo.

Dr. Ramzy Baroud lleva escribiendo sobre Oriente Medio más de 20 años. Es un columnista internacionalmente sindicado, asesor de medios y autor de varios libros, así como fundador de PalestineChronicle.com. Sus libros más destacados son Searching Jenin: Eyewitness Accounts of the Israeli Invasion, The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle y My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story. Su sitio web es www.ramzybaroud.net.

Fuente: Israel’s settlement law: Consolidating apartheid, Al Yazira, 9/02/2017

Traducción: Javier Villate (@bouleusis)

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