El levantamiento sirio cae víctima de los juegos de poder

Ramzy Baroud

Publicado originalmente en: Syria uprising falls victim to power plays, Asia Times, 16/11/2011



Soldados muertos en enfrentamientos con grupos armados.

Los sirios siguen siendo víctimas, no solo en los enfrentamientos violentos con el ejército sirio, sino también de las potencias regionales e internacionales con sus diferentes agendas.

Las protestas en Siria comenzaron el 26 de enero, y un levantamiento más incluyente se puso en marcha el 15 de marzo. Inicialmente, los manifestantes pidieron reformas políticas serias, pero esto fue sustituido más adelante por una demanda de cambio total de régimen, con la retirada incondicional del presidente Bachar Al Asad y la disolución del partido Baaz, que ha gobernado Siria durante décadas.

Pronto se llegó a un punto muerto. El levantamiento no consiguió debilitar los vínculos que existen entre el régimen, el ejército y las agencias de seguridad. Además, no afectó a las dos ciudades más grandes, Damasco, en el suroeste, y Alepo,en el norte.

Por otra parte, las protestas eran lo bastante extensas como para reflejar un sentido real de indignación por las prácticas del gobierno, indignación que creció con las muertes de sirios por todo el país. A pesar de la represión implacable del ejército y el asesinato de 3.500 sirios —según un reciente informe de la oficina de derechos humanos de la ONU—, el gobierno no ha sido capaz de sofocar la revuelta, ni de proporcionar una iniciativa política convincente que evite más derramamiento de sangre.

Podría argumentarse que el punto muerto tiene sus orígenes en la propia cultura política de Siria, apoyada por el legado del partido Baaz de rechazar el diálogo en tiempos de crisis. Más aún, aquellos que se han presentado como oposición están muy divididos y, con frecuencia, parecen ofrecer hojas de ruta conflictivas para alcanzar la democracia.

Las primeras revoluciones de Túnez y Egipto se salvaron del terrible destino de ser controladas por las potencias extranjeras. Ambas revoluciones alcanzaron rápidamente la masa crítica necesaria para derribar a sus dictadores, evitando la injerencia de aquellas potencias.

Sin embargo, la situación en Siria se ha desarrollado con un ritmo diferente. El levantamiento careció del apoyo de la clase media urbana. El ejército no se apartó del partido gobernante, ni permaneció neutral. Además, meses de violencia —en los cuales una exitosa intervención militar occidental en Libia derrocó el régimen de Muamar Gadafi— proporcionaron a las potencias extranjeras el tiempo necesario para presentarse como los protectores del futuro de Siria. En otras palabras, el levantamiento popular ha sido decididamente secuestrado y controlado por las potencias occidentales y árabes.

Probablemente, los sirios normales empezaran a darse cuenta de que su idea de hacer la revolución desde dentro era inútil, y aceptaron que solo una intervención extranjera podría ocasionar un cambio duradero. Estas voces fueron animadas por los miembros del Consejo Nacional Sirio —considerada la principal oposición al régimen baasista—, cuya política parece estar basada en la desarrollada por el Consejo Nacional de Transición en Libia.

Este último dio alegremente la bienvenida a la OTAN en los asuntos internos de Libia, inicialmente para "proteger a los civiles" de posibles represalias del ejército libio, pero más tarde para llevar a cabo una campaña de ataques aéreos que incrementó en gran medida el número de muertos en Libia.

La adopción de un modelo que racionaliza la intervención extranjera —que es incapaz de promover un cambio sin emplear violencia extrema— traerá consecuencias terribles para el pueblo sirio y toda la región. En una situación en la que el gobierno sirio no está sabiendo ganarse la confianza de grandes sectores del pueblo, la oposición está dependiendo cada vez más de fuerzas extranjeras y algunos medios de comunicación árabes están atizando el fuego del sectarismo y la guerra civil, el punto muerto sirio se está transformando en algo aún más peligroso: una guerra civil parecida a la del Líbano o una intervención militar extranjera al estilo libio.

Probablemente, el destino de Siria ya no estará influenciado por los mismos sirios, ni por su gobierno. Todos los ojos están puestos en Estados Unidos. La secretaria de Estado de EEUU Hillary Clinton ha intentado clarificar la posición de su gobierno en unos recientes comentarios. En el caso de Libia, la OTAN y los países árabes se aliaron "para proteger a los civiles y ayudar al pueblo a liberar su país sin perder una sola vida estadounidense", dijo.

Pero en otros casos, como en Siria, "para lograr ese mismo objetivo, tendríamos que actuar en solitario, con costes mucho mayores, con riesgos mucho mayores y, quizás, con tropas en el terreno". Por ahora, según Clinton, las prioridades de EEUU en la región seguirán centradas en "nuestra lucha contra Al Qaeda, la defensa de nuestros aliados y un suministro seguro de energía".

Preocupados por el hecho de que otro cambio de régimen pueda poner en peligro sus intereses en la región, Rusia y China siguen apoyando con firmeza a Damasco y critican a quienes se oponen al régimen de Asad. "Estamos preocupados por las noticias de las crecientes agresiones de extremistas armados, como las que han tenido lugar recientemente en Homs, Hama e Idlib, con el objetivo de provocar las represalias de los servicios de seguridad y el ejército sirios para, a continuación, poder lanzar una campaña en los medios de comunicación internacionales", ha dicho el ministro de Asuntos Exteriores ruso Sergei Lavrov en unas recientes declaraciones.

Tenemos, por tanto, un campo occidental liderado por EEUU y el campo de Rusia, que ha rechazado con vehemencia la repetición de un escenario similar al libio en una región volátil de gran importancia geopolítica.

Sea cual sea el resultado de esta pelea, el levantamiento sirio está siendo privado de su propia iniciativa. En la actualidad, la cuestión siria está siendo confiada a la Liga Árabe, que carece de autoridad —puesto que está dividida entre intereses regionales— y de experiencias de iniciativas políticas exitosas.

El 2 de noviembre, Siria anunció que había aceptado el plan de la Liga Árabe que pedía una retirada de las calles de las fuerzas de seguridad, la liberación de los presos y conversaciones con la oposición.

Sin embargo, después de que esto no sucediera y la violencia continuara, la Liga Árabe votó el domingo la suspensión de la participación de Siria en esta organización.

Al mismo tiempo, el rey Abdulá de la vecina Jordania instó a Asad para que dimitiera. Dijo en la BBC que si estuviera en la posición de Asad, iniciaría conversaciones para garantizar una transición ordenada.

"Dejaría el cargo y me aseguraría que quien viniera detrás de mí tuviera la capacidad de cambiar el status quo que estamos viviendo", dijo el rey Abdulá en una entrevista con el canal de televisión BBC World News.

A pesar de la decisión de la Liga Árabe de suspender a Siria, es muy probable que algunos países árabes estén dispuestos a utilizar esta organización de forma similar a como lo fue en la guerra contra Libia: una mera plataforma que permitió que la OTAN lanzara su guerra.

Los indicios de algo así son cada vez más claros, sobre todo después del voto de la Liga Árabe para suspender a Siria. En un editorial del New York Times del 8 de noviembre, parece que el papel de los árabes está limitado a eso. La Liga Árabe "debería expulsar a Siria e instar al Consejo de Seguridad de la ONU para que condene al Sr. Asad e imponga sanciones internacionales contra el régimen", aconsejaba el Times.

"Rusia y China tendrán más dificultades para bloquear una resolución del Consejo de Seguridad —como hicieron en octubre— si el mundo árabe pide una acción que vaya más allá de las sanciones ya impuestas por EEUU y Europa".

Y así es cómo continúa la saga. Si Siria no lucha contra el destino que le tienen reservado estas potencias extranjeras, el levantamiento sirio y Siria en su conjunto seguirán marcados por las incertidumbres y los malos presagios.


Ramzy Baroud es periodista y editor de Palestine Chronicle. Su último libro es My Father Was a Freedom Fighter: Gaza's Untold Story (Pluto Press, Londres). Su sitio web está en www.ramzybaroud.net.

Traducción: Javier Villate

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